Recuperación

Llegamos a una velocidad de vértigo a mi casa, con la enorme suerte de que ningún licántropo se había cruzado en nuestro camino. Casi respiré aliviada cuando me dejó en la puerta.

Gracias por traerme Damon, ahora ya puedo continuar yo sóla…por cierto, esto nunca ha pasado ¿entendido? Sino acabaré por arrepentirme de nuestro tácito acuerdo, ya sabes podría romper mi silencio ante el Consejo…- afirmé haciendo referencia a David –
Después abrí la puerta de la entrada y encendí las luces del salón, dispuesta a tirarme en e l sofá.

Tranquila, sólo hice lo que debía hacer-respondí cerciorándome de que regresaba sana y salva a casa.

Me parece genial que tengas conciencia y que no hayas intentado matarme, puedes recordármelo si alguna vez necesitas ayuda....aunque eso sólo significa que te debo un favor, y sólo uno...- contesté ya tumbada en el sofá -
Me tomé la temperatura con la mano y me di cuenta que estaba febril, de ahí mi falta de energía. Ahora podría dormir un poco.

Miré la puerta de la casa de Leah, y cuando entró del todo, me di la vuelta y desaparecí en la noche, convertido en cuervo.

Oí el batir de las alas de Damon y entendí que se había ido por fin. Todavía no me explicaba por qué me había ayudado, tal vez fuera verdad eso de que tuviera principios...

Vamos Leah ¿qué tonterías dices? - pensé sonriendo - La fiebre me hacía delirar, y ver verdades inexistentes. Lo cierto es que nunca había conocido a alguien tan extraño como él, si eran así todos los vampiros tendría que aprender nuevas técnicas de autocontrol y yoga, pues me sacaba de quicio.
Sin embargo, había una idea que rondaba insistentemente por mi cabeza: ¿por qué se había planteado ser mi amigo? ¿por qué no había luchado?

Ronroneé y me saqué su camisa, ya que la peste me hacía alucinar. Después cogí la manta polar, me acurruqué y cerré los ojos abandonándome al sueño.